La, la, la, tara, ra, ra… son varias las noches que paso sin conciliar el sueño, en un principio lo achaqué a mi adicción al café, pero cuando me decidí a dejarlo, nada, mis párpados no hacían caso a la orden de que cerraran cuando la última luz había sido apagada ya; fue entonces, cuando mi cuerpo se desintoxicó y quedó libre de cafeína, que escuché ese sonido, primero como un levísimo susurro que conforme avanzaba la noche se hacía más nítido -sin llegar a ser molesto-; de inmediato supuse que era una mala broma que me jugaba la mente, pero conforme transcurrían los días, posteriormente las semanas, no pude desprenderme de esa melodía que a cuentagotas mi enfermiza mente creaba para mí, solamente para mis oídos y para mi deleite.
Nunca fui avezado en ningún arte, mi «campo de acción» siempre fue la calle, por ello, me llevó bastantes semanas plasmar en papel la melodía que escuchaba en mis sueños(?); no obstante mi desconocimiento del ámbito musical, siempre traté de huir de la ignorancia, pues a pesar de haber nacido en un país hundido en una crisis perpetua, entre la mierda y la miseria, traté con un enfermizo fervor de que mi cerebro absorbiera -y retuviera- la mayor cantidad de información posible; siempre tuve (aún conservo) la convicción de que todo el conocimiento aprendido en algún momento de mi existencia me permitiría sobresalir de los demás, para bien o para mal; fue así como recordé haber leído en algún momento de mis treinta y dos años de existencia un libro sobre partituras musicales, el cual encontré después de haber abierto varias de las cajas que tengo apiladas en el sótano de mi casa.
Como dije, después de varios intentos, con dificultad enlacé las notas musicales que mi psique me «dictaba», en mas de una ocasión dudé sobre mi estabilidad mental, pues después de todo, nunca fue bien visto que una persona escuchara voces dentro de su cabeza, en mi caso una melodía; hubo momentos en que me sentí como un Norman Bates cualquiera, con la diferencia que no era mi madre quien me ordenaba asesinar personas, sino mi subconsciente era el que me obligaba a «darle vida a esa canción»; recordé entonces que un viejo amigo del bachillerato, siempre estuvo inmiscuido y relacionado con diversos grupos debido a su afición musical, recordé también que tocaba con una fluidez impresionante el bajo y la guitarra, además de cantar, si bien no como barítono, si lograba unas notas bastante agudas, por lo que de inmediato me puse en contacto con él y le mostré los acordes que torpemente escribí en esa hoja que conservaba como un invaluable tesoro en el bolsillo delantero izquierdo de mis desgastados Levi´s 501.
No le permití quedarse con ese trozo de papel que tanta importancia había cobrado en mi vida, me pidió una copia para poder adelantar su trabajo por las noches, nunca accedí, lo que invariablemente retrasó mas su trabajo, pero cuando lo terminó, consiguió exactamente lo que escuché tantas noches en mi cabeza, en un pendrive me dio el archivo de audio tan ansiado por mí, llegué corriendo a mi casa cual si fuera perseguido por un invisible enemigo, encendí mi computadora, conecté la usb e hice lo mismo con el iPod y transferí el archivo como si de ello dependiera mi vida, desconecté todo del ordenador, enchufé los audífonos y mis oídos escucharon lo siguiente:
Siempre pensé en la felicidad como un concepto meramente abstracto, una palabra tan sosa y simple que no merecía ser pronunciada por mí, pues a pesar de no tratarse de algo material o tangible, nunca la visualicé como algo a lo que fuera capaz de acceder, al menos no de forma permanente; no obstante, era algo que me tenía sin cuidado… hasta ese día en que mis oídos escucharon «de viva voz» la canción traída por mí a la vida y que en un principio tan solo estaba en mi cabeza; me embriagué el resto de la tarde, no podía dejar de escuchar esa canción, pulsé la opción repeat en mi reproductor portátil para escuchar hasta el hartazgo esa melodía, después de varias horas de encontrarme inmóvil, tendido en mi cama boca arriba, el cansancio hizo presa de mi y dormí, dormí tan quieta y apaciblemente como no lo había hecho en años, hasta que a la mañana siguiente, los primeros rayos de luz que esquivaban las persianas mal cerradas de mi habitación me despertaron recién iniciado el día.
Esa noche no escuché una sola melodía, de hecho no lo haría nunca más, no soñé absolutamente nada, simplemente dormí, aun tenía los audífonos sobre ambos oídos pero no emitían ningún sonido, entonces recordé lo ocurrido el día anterior y de inmediato traté de localizar de entre todas mis canciones, aquella que tantas noches me hizo pasar despierto, nada, siguiente, nada, la que sigue, nada, sentí que la desesperación se apoderaba de mí y en un momento de lucidez me detuve a repensar lo que sucedía, recordé las partituras que escribí sobre aquel papel, metí la mano en el bolsillo de mis jeans y de inmediato lo encontré, lo desdoble con una gran ansiedad y al haberlo hecho, nada, el maldito papel se encontraba en blanco, ¿me estaba volviendo loco o ya lo estaba ya?
Me levanté de la cama y me dirigí hacia la ventana, abrí las persianas y observé a través de ellas a las primeras personas que con prisa invadían a temprana hora ambas aceras de la calle, dirigiéndose a su trabajo, a la escuela o muy posiblemente los trasnochados a su hogar; enseguida esbocé una leve sonrisa y únicamente pronuncié estas palabras:
«La felicidad no existe».
Well done, una Anti-historia, jajaja bueno me refiero a que la felicidad no existe por tanto la canción feliz en realidad no existió en tu historia.
(ovación) me quito el sombrero….
Bienvenido Cuervo, y de nuevo escribiendo como solo tú lo sabes hacer, no nos dejes tanto tiempo de nuevo
la felicidad es ese estado intermitente y poc efervescente … porque no duran tanto las burbujas, al menos tu escrito fantastico como siempre me dio felicidad… aun cuando no dure ni me concilie la esperanza ni a veces no me deje dormir….
creo que por ahora le hago secunda a rex