El quinto mandamiento

Tenía los párpados cerrados, con el apacible e inexpresivo rostro que caracteriza a quienes han vivido siete décadas, buscando con ahínco la paz interior que caracterizó el rumbo de casi toda su vida y que perdió durante los acontecimientos que se suscitaron en el transcurso de la última semana y de los cuales fue partícipe de forma directa; Philippe tenía los párpados cerrados y sin embargo no dormía, trataba de olvidar aquello que lo había obligado a abandonar el territorio que consideró como su segundo país, si acaso tal término es correcto.

Tenía los párpados cerrados, cuando se encontraba parado en la popa del buque comercial canadiense que en uno de sus costados ostentaba -¿casualmente?- el nombre de Sinner, embarcación que lo llevaría de regreso, mas de setenta años después, a su país natal; abrió los párpados y enseguida refulgieron con los últimos rayos de luz que anuncian la llegada del ocaso, un par de inexpresivos ojos azules que posaron su mirada en el océano Atlántico, que en todo su esplendor, se extendía a lo largo de su vista.

Philippe Manet arribó a México junto con su familia en el año de 1939, a bordo de un navío español conocido como “Santísima Trinidad”, embarcación cuya tripulación –en su mayoría- consistía en autoexiliados que huían del novel régimen franquista; Manet contaba con tan solo siete años de edad cuando arribó al puerto de Veracruz en el mes de abril, cinco meses antes del inicio de la segunda guerra mundial en el viejo continente.

Una vez tocado tierra y sin mayor descanso, junto con su familia, padre y madre, abordaron un ferrocarril que los trasladaría hasta la ciudad de México.

Solamente dos años duró su estancia en tierras españolas, después de haber abandonado Francia, su país natal. Originario de Toulouse y con algunos días de nacimiento, comenzó su recorrido a través de varias provincias galas, debido al trasiego que significó la vida de comerciante a que se dedicó su padre, éste, al igual que el padre de su padre y así sucesivamente, de quien heredó los pocos pero más que suficientes conocimientos en química básica y botánica que lograron el reconocimiento del apellido Manet en toda la península ibérica, como uno de los mas eficaces preparadores de brebajes y tónicos de las mas variadas índoles.

Así transcurrieron los primeros años de su vida, misma que los llevó a la provincia de Andalucía y su corta estancia debido al régimen militar que asediaba todo el país, hasta su repentina salida al continente americano por el puerto andaluz de Algecires.

Pocos, tal vez demasiado escasos, fueron los momentos significativos en la vida de Philippe, el primero de ellos y que marcó el rumbo que tomaría su existencia debió ser el más importante, a no ser por los fatídicos hechos que ensombrecerían su vida, setenta y un años después.

A la edad de diecisiete años y sin el consentimiento de su padre que siempre lo vio como el sucesor del apellido Manet en el floreciente negocio familiar, hacia el final de su adolescencia ingresó a un seminario, pues desde muy joven tuvo la convicción de entregarle a Él su vida en cuerpo y alma. Ocho años duraron sus estudios en filosofía, teología y latín, tiempo en el cual se limitó su contacto con el “exterior” a dos visitas por año.

Así, a los veintiséis años ofició su primer misa en una iglesia ubicada en una de las calles más transitadas del centro de la ciudad, lo que haría día tras día religiosamente (nunca mejor empleada esta palabra) durante los próximos cincuenta y dos años.

Una noche de octubre, pasadas las veintidós horas y a punto de cerrar las puertas de su iglesia, conoció a quien dijo llamarse Dante, vestía impecablemente un traje gris de dos piezas, camisa oscura cuyo color no pudo identificar por la poca luz del lugar y una corbata que contrastaba con la camisa que vestía; a pesar de lo tarde de la hora, parecía recién bañado pues el peinado, al igual que su vestimenta era impecable, además de emitir un profuso e inconfundible aroma de agua de colonia.

–          Buenas noches padre.

–          Buenas noches hijo.

–          Disculpe si inoportuno dado lo tarde de la hora, pero es mi deseo confesarme.

Philippe pareció contrariado, pero en su vida eclesiástica jamás había negado a nadie el divino derecho de la confesión y esa noche no sería la primera vez.

–          Por supuesto, adelante, la casa del Señor siempre está abierta a su rebaño.

Juntos, entraron a la inmensa catedral que si era impresionante dada su altitud, su atractivo principal era el decorado que enarbolaba la parte central de su techo, en el que se podía observar una pintura -inédita para muchas personas- que a todas luces contradecía la historia de todos conocida, contenida en el evangelio de San Marcos, en el nuevo testamento de la biblia, acerca de la vida, muerte y resurrección del “hombre mas grande de la historia de la humanidad”, forma en la que se refería a Jesucristo el padre Philippe; en la aludida pintura, se podía mirar a Jesús en la cima del Gólgota, se encontraba de espaldas, vestía unas ropas raídas, posiblemente a causa de las heridas infligidas por los romanos, miraba de frente y tenía ante sí una cruz vacía que en su parte mas alta ostentaba la leyenda INRI, portaba en su mano izquierda lo que parecía ser un enorme clavo y en la derecha un mazo.

Dante miró intrigado la pintura pero no hizo ningún comentario, aparentemente tomarían el pasillo central de la iglesia hasta la parte delantera, pero de inmediato Philippe dio vuelta a su izquierda, “siniestra”, pensó el visitante, llegaron hasta el extremo izquierdo del edificio y caminaron por el pasillo lateral durante unos nueve ó diez metros hasta alcanzar una gran estructura de madera que constituía uno de los confesionarios de la iglesia.

–          Pasa hijo –dijo el padre Philippe- abriendo la primera de las dos puertas que tenía el confesionario.

Dante vaciló un momento, pero reafirmó su andar y se introdujo en el mueble que, por conducto del padre, expiaría sus culpas; el padre hizo lo propio y una vez dentro los dos, éste último dijo:

–          Ave María Purísima…

Dante dudó por segunda vez, se encontraba cabizbajo, hincado sobre ese pequeño piso acolchado dentro del confesionario, levantó la mirada, observó a través de la oscura rejilla que los dividía, la silueta de su interlocutor a través de quien –creía firmemente- obtendría el anhelado perdón de Él.

Philippe dijo de nueva cuenta:

–          Ave María Purísima.

–          Sin pecado concebida.

–          Dime tus pecados hijo.

–          Disculpe padre, ¿aun existe el secreto de confesión?

–          Por supuesto hijo, respondió extrañado el padre, como “hombres de Dios” estamos obligados a guardar el secreto de confesión, sobre cualquier hecho que nos sea confiado, so pena de expulsión de la iglesia del Señor.

–          ¿Cómo decide la penitencia que habrá de cumplir el confesante?

–          Eso hijo, depende de la gravedad de los pecados cometidos, pero dime, ¿tienes algo que confesar?

–          Si padre… he cometido homicidio.

Si Dante hubiera visto a Philippe Manet en el momento mismo en que pronunció las fatídicas palabras, se habría percatado que un temblor incesante recorrió todo el cuerpo del padre, desde la punta de los pies, continuó a través de su espalda, para finalizar en la base del cráneo y permanecer finalmente en ambas manos.

–          Creo que no es a mí ante quien debes acudir hijo –Philippe procuró mantener la firmeza en el tono de su voz-.

–          Lo siento padre, necesito confesarme, obtener el perdón de Dios y usted me escuchará, no tiene elección –lo que pareció más una orden que una petición-.

Philippe, ante el temor de un posible agresión, guardó silencio y escuchó.

–          Usted no me conoce y a pesar de lo que piense de mí en una primera impresión, no soy un vulgar delincuente o un simple y corriente asesino, lo que hago, lo hago por razones muy personales y no es mi intención dárselas a conocer, por supuesto que no justificó mi conducta, simplemente, como lo mencioné, busco Su perdón. ¿No quiere saber quien fue la víctima?

Silencio…

–          ¿Sabe? Lo peor que puede hacer es subestimar a una persona, sobretodo cuando se trata de un niño…

Silencio…

–          Reitero, tengo motivos muy personales sobre porqué actúo de esa manera, no me siento orgulloso de haber quitado la vida a alguien, tan es así que estoy en la casa del Señor y tengo la necesidad del indulto y para ello debo confesar lo que he hecho.

Philippe intentó interrumpir el monólogo de Dante pero este no paró de hablar.

–          Hace tan solo un par de horas tomé y llevé a cabo mi decisión, él parecía tan inocente, pero dudo mucho que lo fuera, muchos se confunden cuando ven personas a esa tierna edad de tres, cuatro años posiblemente, era un rumbo solitario y mal iluminado, en la calle aparentemente solo había unas cuantas personas absortas en la compra de droga que no se percataron de mi presencia… ni la del niño que vagaba a esa hora en el lugar, lo sorprendí al llegar por sus espaldas, le cubrí la boca y forcejeó bastante para su edad, intentó morderme la mano y entonces con un fuerte y repentino movimiento que el no esperó, giré bruscamente su cabeza por la base del cuello hasta que se escuchó el crujir de unos pequeños huesos que se rompían, luego, dejó de resistirse…

–          ¡Alto! –dijo Philippe aterrorizado por lo que había escuchado-, largo de aquí.

Dante esbozó una leve sonrisa y abandonó el lugar.

Philippe Manet durmió a penas un par de horas esa noche, pensando y repensando en lo que habría motivado a esa persona a asesinar a un niño, a quienes tenía especial cariño, pues durante sus homilías eran quienes mas fuerte cantaban las melodías interpretadas por un pequeño número de músicos.

Nunca imaginó que volvería a saber del homicida, mucho antes de lo esperado.

El padre había terminado la primer misa del día, eran las 06:50 horas y se disponía a desayunar, esperaba tan solo que saliera el último de los feligreses y cuando se encaminaba a la salida, escuchó una voz que provenía del interior del confesionario en que había escuchado a Dante, esa voz le dijo:

–          Buen día padre.

Philippe se sobresaltó, aunque intentó ocultarlo pues el sonido de esa voz, escuchada apenas unas horas atrás, le resultó inconfundible.

–          ¿Qué es lo que quieres?

–          Confesarme, por supuesto.

–          Ya lo hiciste anoche.

–          He vuelto a pecar.

–          ¿Cuándo, cómo…?

–          ¿Escuchará mi confesión? –le dijo la voz sin rostro-.

Sin contestar ese cuestionamiento, Manet ingresó al confesionario y dijo:

–          Ave María Purísima.

–          Sin pecado concebida.

–          Dime tus pecados.

–          Anoche, al salir de la casa del Señor, el odio hizo presa de mí y ante la incapacidad de permanecer pasivo, busqué durante varias horas hasta la madrugada, casi al amanecer encontré a ese niño andrajoso durmiendo en la calle, cubierto tan solo con unos periódicos, abrazado a un perro igual de sucio que el pequeño infeliz, decidí no correr el mismo riesgo que la primera ocasión, encontré en el lugar una piedra no muy grande, la tomé con ambas manos, para ser sincero, era mas pesada de lo que en un principió pensé, la levanté cuan alto pude para enseguida dejarla caer sobre su pequeña cabeza, el sonido que provocó al estrujarse su cráneo entre el concreto y el bloque que sobre él impacté, asustó al perro que despertó de inmediato y huyó con un gruñido lastimero.

Philippe tuvo miedo de preguntar, pero no lo pudo evitar:

–          ¿Qué le hiciste al cuerpo, le diste sepultura…?

–          Bueno padre, contrario a lo que pueda pensar, hoy día es difícil deshacerse de un cuerpo y enterrarlo no es tan seguro, uno no sabe cuando algún indiscreto lo pudiera encontrar…

–          ¿Entonces aun conservas el cadáver?

–          No padre, por supuesto que no, tengo curiosidad, ¿le gustan las mascotas, tiene alguna?

–          No.

–          A mi me gustan los perros, tengo un gran danés, un macho de tres años de edad, ¿sabe? son animales difíciles de mantener, comen demasiado… si sabe a lo que me refiero.

El padre enmudeció ante tal revelación y Dante salió del confesionario, Philippe tardó unos segundos en reaccionar y cuando lo hizo corrió tras el infanticida pero no lo alcanzó, sin embargo, tenía la certeza de que pronto lo volvería a ver, lo que no imaginó, es que fuera ese mismo día.

Anochecía al parecer mas pronto de lo común en la ciudad, afuera, caía una torrencial lluvia que permaneció sin amainar durante la madrugada, como irrefutable presagio de los acontecimientos que sucederían tan pronto llegara el ocaso de la luz del sol, Phillipe permanecía de pie en parte la delantera de la iglesia, frente a una estatua de Jesucristo crucificado, ensimismado en sus pensamientos, posiblemente orando a no ser por su postura, ya que no permanecía hincado.

A sus espaldas, escuchó el inconfundible crujir de las pesadas y desvencijadas puertas de madera que se abrían de par en par.

–          ¿Padre? –escuchó Phillipe Manet detrás suyo-.

–          Aquí estoy, ¿acaso crees que pueda existir perdón para lo que has hecho?

–          Claro, si pensara lo contrario, no estaría aquí, no sé cuando se extinga mi vida y en el momento en que eso suceda quiero estar “ a manos” con Él, quiero entrar al paraíso prometido y vivir la vida eterna en Su compañía.

–          Desconozco lo que suceda una vez que el alma abandone nuestro cuerpo, desconozco el camino que tenga que recorrer antes de llegar ante Él, pero creo que tú tendrás algunos “baches” antes de llegar, si es que lo haces.

–          Me gusta su humor padre, pero no es por eso que vine ante usted.

–          Eso supuse, ¿quieres confesarte?

–          Claro.

–          Entra entonces.

Si Dante hubiera puesto atención en los detalles, se habría percatado que Manet no vestía la ropa propia de todo sacerdote y si se percató, no le dio mayor importancia. Dante se hincó y esperó a escuchar a su interlocutor.

–          ¿Volviste a matar?

–          Si padre.

–          ¿Es el tercer niño?

–          Si, parecía un ángel de la guarda, ¿usted cree en los ángeles? –Dante no estaba preparado para lo que iba a escuchar por respuesta-.

–          Yo no creo en pendejadas, esas son simples invenciones del hombre para desviar la atención hacia el Señor.

–          ¿Quiere saber como lo hice?

Continuó un prolongado silencio, Dante podía escuchar claramente la extraña y tranquila respiración del padre, podría jurar que escuchó el rítmico latido de su corazón.

–          ¿No quiere saber los detalles?

No obtuvo respuesta, pero oyó con toda claridad el inconfundible sonido del momento en que se amartilla un revólver y entonces Phillipe, con toda la calma que fue capaz de reunir dijo:

–          Tertio’s decor.

–          ¿Qué caraj…?

Esas, fueron las últimas palabras de Dante, Philippe Manet accionó el viejo revólver que heredó –entre otros pocos bienes- de su padre, salió del confesionario y muy a su pesar, con un dolor que se apoderó de todo su ser, abandonó la que por tantos años consideró su iglesia, su hogar.

Philippe Manet tenía los párpados cerrados, pues al abrirlos creía ver los cuerpos de los pobres niños que tuvieron el infortunio de cruzarse en el camino de su verdugo, nunca supo los motivos de Dante, pero tenía la certeza que jamás serán justificados esos homicidios; tenía los párpados cerrados buscando la paz que en un par de días le fue arrebatada y que pretendía encontrar con algo tan insignificante y simple como el sentir de las gotas del inmenso océano caer sobre su viejo y desgastado rostro.

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Cuervo

Autor: Cuervo

El Cuervo es un cabrón al que le gusta un chingo el mundo de los blogs y que para su desgracia, no puede dedicarle el tiempo mínimo necesario para ello, pues otros menesteres exigen su presencia, aunque siempre que hay oportunidad, escribirá algunas líneas para liberar un poco la carga emocional acumulada de varios días y de paso leer artículos harto interesantes.

6 opiniones en “El quinto mandamiento”

  1. la tercera es la vencida, me acordé de dos de mis películas favoritas, the boondock saints, o como la tradujeron en «el quinto infierno» y también como olvidar a uno de los mejores personajes de Dobermman. BIEN, me ha dibujado una gran sonrisa !!!

  2. Con eso del secreto de confesión ya esperaba que el padre se quedará en silencio, el final es muy bueno, lo leí completito!

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