El tema de esta semana me incomoda sobremanera. No únicamente por que es un refrán, cosa que por default me molesta. Sino porque es uno de los refranes que menos razón tienen dentro de toda su compleja existencia retórica.
Más vale tarde que nunca.
Eso nos han dicho desde que nacimos, como una disculpa etérea para excusarse cuando por alguna razón tienen un retraso temporal en una actividad. Y con el costumbrismo que trae la familiaridad de la frase, la tomamos como un paradigma.
Pero entre todos los refranes que existen, pocos hay más falsos que éste. Al menos en ese mundo en el que las reglas cambian constantemente, en ese mundo en el que tus deseos importan menos que los de alguien más. Me refiero al mundo real.
En el mundo filosófico, en aquel mundo hecho para escribir de las historias de amor que pudieron terminar sin haber siquiera empezado, de los arrepentimientos externados en los últimos instantes, de las moralejas que aparecen aleatoriamente en los cuentos; el refrán es perfecto, permite finales felices, aprendizajes y evita reprimendas. Pero en el mundo real, en el mundo en el que nos desenvolvemos, en ese mundo donde trabajamos, estudiamos, vivimos, ese refrán es nada más que una utopía.
Si al ingeniero le exigen que diseñe una máquina para el viernes, si al técnico le demandan una reparación para mañana, si el médico tiene que operar de emergencia en siete minutos, el tiempo ya está definido. Es EN ESE MOMENTO o nunca. Si contestan «Más vale tarde que nunca» como excusa, pueden perder sus empleos, generosas cantidades de dinero o incluso la vida de las personas.
Para los complejos mecanismos que rigen nuestras vidas, no hay «más tarde». O funcionan cuando deben, o no lo hacen. Si no lo hacen, son basura; chatarra, desperdicio.
Otra cosa que me perturba del refrán es la parte «Más vale». Durante mi corta estancia en el mundo laboral, aprendí que el costo de las cosas es lo que define las decisiones; más que su valor. Pero el «más vale» indica que tiene una característica que lo hace más valioso que su contraparte, nunca. ¿Cómo definen qué tiene un valor más grande? ¿Hay una institución que le otorga valor a los intervalos temporales? ¿Es que el ahora vale más que ayer o que mañana? ¿Por qué nunca es peor? ¿No es mejor nunca ser asaltado a ser asaltado más tarde?
Tal vez el rencor más grande que tengo contra ese refrán es que simplemente no se me ocurrió ninguna historia para aplicarlo. Al menos no sin caer en los clichés ya mencionados. Confiaba tener una epifanía pocas horas antes de redactar este texto y terminar con un lapidario «Más vale tarde que nunca». Inclusive pensé en esperar hasta el último minuto del día para subir un simple haiku sin chiste y rematar con un irónico «Más vale tarde que nunca», pero además de patético sería ofender a la inteligencia de los amables lectores. Pero no, no hubo un ingenioso recurso literario que me permitiera salir avante de este ejercicio. No obstante, hace algunos meses, hubo en metatextos un ejercicio que consistía en redactar un texto relacionado con «El rapto». El fenómeno con el que Dios se llevará en cuerpo y alma a los elegidos, al cielo. Lo redacté pero no me gustó del todo por tener un toque demasiado cursi. Preferí redactar otro. Afortunadamente, pude modificarlo fácilmente para que cumpla con los lineamientos del ejercicio de hoy.
– Todos los que fueron marcados están desapareciendo. ¿Aún tenemos tiempo?
– De alguna manera sé que me quedan dos horas. ¿Qué querías decirme?
– Ya no importa.
– ¿Estás enojado conmigo?
– No.
– Entonces… ¿Me tienes envidia?
– No. Eres la única persona que conozco que merece irse.
– ¿Cuál es el problema entonces? Te siento distante. ¿Es porque me voy?
– ¡Claro que es porque te vas!
– ¿Quieres que me quede?
– Por supuesto que quiero que te quedes. Sé que es egoísta, pero si alguna vez en la vida puedo serlo es ahora.
– Pero no somos nada.
– Eso es lo que me molesta. Me molesta que ya no quede tiempo. Me molesta que cuando lo hubo yo no era parte de tu vida. Me molesta que nunca seré parte de ella.
– ¿Por qué me lo dices ahora?
– Porque tenía miedo. Pero ahora no queda nada que perder. El rapto es inevitable. Casi todos los seleccionados han desaparecido. Ya no me importa si me desprecias, no me importa lo que piensen los demás, mierda, no me importa que me rompas el corazón. Lo único que pienso es que un Dios en el que nunca creí te va a alejar de mí por el resto de la eternidad. Ni siquiera tengo que ver el fuego… en cuanto te vayas estaré en el infierno. Y más vale tarde que nunca, ¿no?
La escena era simple: Un hombre y una mujer mirándose a los ojos. El semblante del joven era duro y triste. El de la señorita parecía feliz, no obstante, había un dejo de abatimiento. Ella sonrió y sus ojos traicionaron la complejidad de las emociones detrás del gesto.
Minutos después, la intensa luz blanca que siempre estaba sobre ella desapareció, dejándolos solos fundidos en un abrazo que los condenó.
Finalmente, terminé utilizando una de esas historias clichlé. Pero poner el simple ensayo de lo que siento por el refrán no me parecía adecuado. Aunque quién sabe, tal vez algún día, cuando sea viejo, comprenda completamente el verdadero significado de la frase y pueda decir ahora sin ironía, más bien con sincero agradecimiento: «Más vale tarde que nunca».
molesta. Sino porque es uno de los refranes que menos razón tienen dentro de toda su compleja existencia retórica.
Más vale tarde que nunca.
Eso nos han dicho desde que nacimos, como una disculpa etérea para excusarse cuando por alguna razón tienen un
retraso temporal en una actividad. Y con el costumbrismo que trae la familiaridad de la frase, la tomamos como un
paradigma.
Pero entre todos los refranes que existen, pocos hay más falsos que éste. Al menos en ese mundo en el que las
reglas cambian constantemente, en ese mundo en el que tus deseos importan menos que los de alguien más. Me refiero
al mundo real.
En el mundo filosófico, en aquel mundo hecho para escribir de las historias de amor que pudieron terminar sin haber
siquiera empezado, de los arrepentimientos externados en los últimos instantes, de las moralejas que aparecen
aleatoriamente en los cuentos; el refrán es perfecto, permite finales felices, aprendizajes y evita reprimendas.
Pero en el mundo real, en el mundo en el que nos desenvolvemos, en ese mundo donde trabajamos, estudiamos, vivimos,
ese refrán es nada más que una utopía.
Si al ingeniero le exigen que diseñe una máquina para el viernes, si al técnico le demandan una reparación para
mañana, si el médico tiene que operar de emergencia en siete minutos, el tiempo ya está definido. Es EN ESE MOMENTO
o nunca. Si contestan «Más vale tarde que nunca» como excusa, pueden perder sus empleos, generosas cantidades de
dinero o incluso la vida de las personas.
Para los complejos mecanismos que rigen nuestras vidas, no hay «más tarde». O funcionan cuando deben, o no lo
hacen. Si no lo hacen, son basura; chatarra, desperdicio.
Otra cosa que me perturba del refrán es la parte «Más vale». Durante mi corta estancia en el mundo laboral, aprendí
que el costo de las cosas es lo que define las decisiones; más que su valor. Pero el «más vale» indica que tiene
una característica que lo hace más valioso que su contraparte, nunca. ¿Cómo definen qué tiene un valor más grande?
¿Hay una institución que le otorga valor a los intervalos temporales? ¿Es que el ahora vale más que ayer o que
mañana? ¿Por qué nunca es peor? ¿No es mejor nunca ser asaltado a ser asaltado más tarde?
Tal vez el rencor más grande que tengo contra ese refrán es que simplemente no se me ocurrió ninguna historia para
aplicarlo. Al menos no sin caer en los clichés ya mencionados. Confiaba tener una epifanía pocas horas antes de
redactar este texto y terminar con un lapidario «Más vale tarde que nunca». Inclusive pensé en esperar hasta el
último minuto del día para subir un simple haiku sin chiste y rematar con un irónico «Más vale tarde que nunca»,
pero además de patético sería ofender a la inteligencia de los amables lectores. Pero no, no hubo un ingenioso
recurso literario que me permitiera salir avante de este ejercicio. No obstante, hace algunos meses, hubo en
metatextos un ejercicio que consistía en redactar un texto relacionado con «El rapto». El fenómeno con el que Dios
se llevará en cuerpo y alma a los elegidos, al cielo. Lo redacté pero no me gustó del todo por tener un toque
demasiado cursi. Preferí redactar otro. Afortunadamente, pude modificarlo fácilmente para que cumpla con los
lineamientos del ejercicio de hoy.
– Todos los que fueron marcados están desapareciendo. ¿Aún tenemos tiempo?
– De alguna manera sé que me quedan dos horas. ¿Qué querías decirme?
– Ya no importa.
– ¿Estás enojado conmigo?
– No.
– Entonces… ¿Me tienes envidia?
– No. Eres la única persona que conozco que merece irse.
– ¿Cuál es el problema entonces? Te siento distante. ¿Es porque me voy?
– ¡Claro que es porque te vas!
– ¿Quieres que me quede?
– Por supuesto que quiero que te quedes. Sé que es egoísta, pero si alguna vez en la vida puedo serlo es ahora.
– Pero no somos nada.
– Eso es lo que me molesta. Me molesta que ya no quede tiempo. Me molesta que cuando lo hubo yo no era parte de tu
vida. Me molesta que nunca seré parte de ella.
– ¿Por qué me lo dices ahora?
– Porque tenía miedo. Pero ahora no queda nada que perder. El rapto es inevitable. Casi todos los seleccionados han
desaparecido. Ya no me importa si me desprecias, no me importa lo que piensen los demás, mierda, no me importa que
me rompas el corazón. Lo único que pienso es que un Dios en el que nunca creí te va a alejar de mí por el resto de
la eternidad. Ni siquiera tengo que ver el fuego… en cuanto te vayas estaré en el infierno. Y más vale tarde que
nunca, ¿no?
La escena era simple: Un hombre y una mujer mirándose a los ojos. El semblante del joven era duro y triste. El de
la señorita parecía feliz, no obstante, había un dejo de abatimiento. Ella sonrió y sus ojos traicionaron la
complejidad de las emociones detrás del gesto.
Minutos después, la intensa luz blanca que siempre estaba sobre ella desapareció, dejándolos solos fundidos en un
abrazo que los condenó.
Finalmente, terminé utilizando una de esas historias clichlé. Pero poner el simple ensayo de lo que siento por el
refrán no me parecía adecuado. Aunque quién sabe, tal vez algún día, cuando sea viejo, comprenda completamente el
verdadero significado de la frase y pueda decir ahora sin ironía, más bien con sincero agradecimiento: «Más vale
tarde que nunca».
Pues a mí sí me gustó. Considero que tu propuesta sobre el valor del refrán es totalmente válida, en la vida las oportunidades para un «tarde» son en realidad muy pocas.
El ensayo, que de simple no tiene nada, es simplemente genial. Historias de Blog, no ‘cuentos de blog’, no ‘relatos de blog’. Y nada más histórico que este ensayo que has regalado.
Tampoco me queda más mucho que decir al respecto, yo no podría haberlo escrito mejor.
¡Felicidades!
Me gusta que dejes claro que este refrán no es aplicable a cualquier situación.
Y no lo había pensado antes, pero de los pocos refranes que en ocasiones he llegado a mencionar en una situación, jamás recuerdo haber aplicado éste.
Yo también tuve problemas para aplicarlo en este ejercicio.
Me gusto también que introdujeras lo que adaptaste sobre “el rapto”, porque al final se ajusto perfecto al tema. Y, es que, darte cuenta lo suficientemente tarde de que amas a alguien, aunque, no lo suficiente como para impedir que ella te demuestre que te corresponde renunciando a la Gloria yo creo que ilustra ampliamente lo que dice el refrán
Orale!
Coincido con Kiddo, a mi también me gusta que dejes en claro que el refrán no es aplicable a todas las situaciones.
Y sí se me menciona la palabra «refrán», de inmediato hago referencia a este en particular, me encantó…