Sonó el teléfono, «son las nueve treinta horas» de inmediato lo pensé, durante las últimas cuatro semanas insistentemente sonaba el teléfono, siempre a la misma hora, siempre la misma persona. -¿Podremos vernos el día de hoy?Siempre la misma respuesta.
– Me encuentro muy ocupado, lo siento.
Siempre me preguntaba al colgar el auricular, ¿qué tan ocupado puede encontrarse un universitario que cursa el octavo semestre con anhelos de columnista en el periódico de mayor circulación de la capital?
A pesar de su insistencia, cada vez que lo escuchaba algo me reconfortaba, cada vez que oía el timbre de su voz, tan sereno, tan tranquilo, como si pudiese transmitir la paz que por tantos años he buscado con el simple sonido de su voz.
– ¿Cuál es su nombre? lo cuestioné.
– «Eso no es importante», me respondió, sólo debes saber -por el momento- que soy el hijo del hombre y que la revelación que ante tí haré, cambiará el rumbo de tu vida y la de quienes escuchen mi voz y lean las palabras que escribas sobre el papel.
Cuatro semanas me negué, alegando carga de trabajo, cuando mi única obligación era -si bien me iba- traer los encargos del editor en jefe, pero precisamente el día de hoy estaba harto de mi vida inútil sin sentido, «nunca llegaré a ser el columnista reconocido que prometí en la tumba de mi madre recién fallecida», necesitaba una buena historia, algo con que impresionar al jefe, y el sujeto que por cuatro semanas tan inisistentemente se comunicó conmigo solicitando una simple y sencilla entrevista podría ser mí oportunidad.
Ese día llegué a la redacción del periódico una hora antes de la entrada del resto del personal, me encontraba extrañamente agitado y nervioso en espera de la llamada diaria del peculiar personaje, «es mi boleto de entrada a las grandes ligas», medité durante todo el trayecto de mi casa al trabajo, las nueve, nada aun, nueve diez, sigue el teléfono sin sonar, nueve quince, nada, nueve veinticinco, suena una sola ocasión para no volver a hacerlo, nueve treinta, nada, pasa un minuto, nada, dos, nada y así hasta llegar a los cinco minutos mas largos de mi existencia, hasta que el teléfono por fin chilló con ese horrible e inconfundible timbre, levanté agitado la bocina del aparato y esperé oír la voz del autonombrado «hijo del hombre», silencio.
– ¿Bueno?
Articulé con dificultad esa sencilla palabra.
– Esperabas mi llamada.
Afirmó sin titubeos, se oyó del otro lado de la bocina, me quedé en silencio.
– Hoy es el día.
Me alegró y reconfortó escuchar esa voz tan apacible; de inmediato, como si hubiera regresado la razón a mi persona, le propuse encontrarnos en el café de Tacuba que se encuentra en la calle del mismo nombre en el centro histórico, (ahí venden buen café medité al instante).
-«No».
Se escuchó una seca respuesta de la misma voz.
– Prefiero que nos veamos en el metro, en la estación mas próxima a tu lugar de trabajo.
Y así fue como acordamos nuestro encuentro, a las quince horas pactamos nuestra cita, «en los andenes debajo del reloj» como lo hacen todas aquellas personas que hacen de este medio de transporte su punto de reunión.
Llegué cinco minutos antes de lo pactado, pues no quería que algún contratiempo echara a perder esta oportunidad, caminé la mitad del trayecto del andén, lugar donde se encuentra el famoso reloj, marcaba las 14:55 horas, «justo a tiempo» pensé; de forma por demás extraña, toda la gente que se encontraba en el lugar comenzó a salir, «desaparecieron», reí para mis adentros, cuando entonces me percaté que me encontraba solo, extrañamente solo en ese andén.
– Llegas temprano.
Escuché detrás de mi a la misma voz que por cuatro semanas únicamente oí a través del teléfono de la oficina, me tomó por sorpresa y creo que hasta me sobresalté pues no lo oí llegar, di media vuelta y vi a un sujeto que posiblemente rebasaba el metro ochenta de estatura, pues tuve que desviar la mirada hacia arriba para verlo directo a los ojos, «eso inspira confianza en el entrevistado» siempre me aconsejó mi jefe.
A simple vista parecía un sujeto «normal», rondaba los treinta y tantos años, 33 pensé horas después, siempre fui bueno para calcular edades, tenía el cabello color castaño oscuro, ojos color miel y una barba de fin de semana, tres ó cuatro días a lo mucho, traía puesta una camisa vaquera a cuadros azules y negros sin abotonar, debajo una playera blanca sin estampado y unos jersey azules, desgastados mas que deslavados, y unos Converse de lona negros bastante sucios.
– ¿Eres agnóstico *********?
Me llamó por mi nombre de pila.
– ¿Cómo sabes mi nombre?
– Se muchas cosas, entre ellas tu nombre.
– Sí, si lo soy, aunque muchos prefieren llamarme ateo, los mas fanáticos incluso me gritan hereje cuando me ven llegar.
– Es difícil serlo en un país como el tuyo, lleno de «guadalupanos».
– Es complicado sí, pero me las arreglo.
– ¿Eres feliz?
– ¿Qué le parece si nos dejamos de preguntas retóricas y me dice el motivo por el cual estoy aquí?
– En verdad no se trata de simples preguntas sin sentido, veniste hasta mí buscando una oportunidad para trascender en tu empleo, ¿eso te hace feliz? ¿unos miles de pesos más? ¿no te has puesto a pensar que…?
No oí las últimas palabras de su pregunta pues me ensordeció la llegada de los vagones del metro que en ese momento hacían su arribo a la estación.
– Abordemos.
Y lo dijo sin esperar mi respuesta, por lo que tuve que correr detrás suyo cuando el timbre indicaba el próximo cierre de las puertas; el vagón se encontraba semi-vacío, cosa curiosa a esa horas.
– Mira a tu derecha, me dijo mi extraño acompañante, ¿qué es lo que ves?
– Tan solo se trata de una mujer leyendo.
– ¿Alcanzas a ver qué es lo que lee?
– No distingo el título del libro, pero el nombre de Julio Cortázar resalta sobre el resto de las letras de ese desgastado libro.
– ¿Te gusta la lectura?
– Uno poco, no leo mucho la verdad, el último libro que leí fue «Cien años de soledad«, me parece que fue hace mas de un año.
– Veo que te gusta como escribe el Gabo.
– Pues me parece lectura obligada, después de todo, por ese libro ganó el premio Nobel de literatura.
– ¿A qué viene todo esto?
– ¿Crees que esa mujer esta ahí por alguna razón?
– Sí, porque desea llegar a su destino ¿porqué más?
– Todos estamos aquí por un motivo particular, llámalo destino si así lo prefieres, particularmente no me gusta esa palabra, pero así tal vez lo logres comprender. Tenemos la obligación/necesidad natural de amar, aunque no todos tengamos esa capacidad, velo a tu alrededor, tan solo en este vagón, la gente se relaciona, se aventura con otras personas sin siquiera preguntarse como terminará cuando las dificultades comiencen, ¿crees que todas las parejas soportan las adversidades? ¿te importa acaso que sucederá con la persona quien sin motivo aparente dejaste de ver porque te había fastidiado ya?
Ningún sentido tiene vivir solos, pues tus triunfos y fracasos los compartirás únicamente con tu reflejo en el espejo, no escucharás una voz de felicitación que se alegre contigo en tus momentos de gloria, ni mucho menos una voz de ánimo que te haga sentir mejor cuando sientas que todo se derrumba alrededor tuyo.
Despertarás por las mañanas sin nadie a tu lado que te sacuda la pereza ni con quien compartir la primer taza de café del día, nadie a quien acompañar a la hora de la comida y con quien disfrutar esas películas románticas que tanto detestar ver en las salas de cine; nadie que te espere preocupada asomada a la ventana de tu hogar, precocupada por tu llegada, que te cobije por las noches y te cuide en momentos de enfermedad…
De pronto se interrumpió para decirme:
– Voltea, ¿ves a esa muchacha al otro extremo del vagón?
– Si.
– Es licenciada en letras inglesas.
– ¿Cómo lo sabes?
– Eso no importa.
– ¿Ves a ese muchacho que se aproxima hacia nosotros?
No me dejó contestar y prosiguió.
– …hubo un momento en su corta vida en que fueron felices, realmente felices, aun se aman, aunque no lo sepan.
Entonces intempestivamente, cuando ese joven pasaba al lado nuestro lo tomó con firmeza por el antebrazo derecho y le dijo: «ella te extraña» el muchacho lo miró con extrañeza y volteó hacia la joven y le dijo: «y aun te ama»; fue entonces cuando ese joven posiblemente de veinticuatro años, pensó, desandó el camino, la tomó por el hombro y alcanzó a escuchar que le dijo: «yo también».
Enseguida reanudó el monólogo del cual, yo era su único espectador y dijo:
– No. Morirás de viejo, solo sin nadie que te acompañe, nadie con quien compartir la pequeña fortuna que acumularás a lo largo de tu vida, la cual desearás haber cambiado por momentos, no de pobreza, aunque si de dificultad económica en compañía de una mujer, momentos de felicidad que te negaste por exigencia; esa estúpida exigencia que te hacía buscar la «mujer perfecta», pues piensas y pensarás que ninguna vale lo que tú vales, ni lo que supuestamente puedes ofrecer; morirás sin haber dejado tú legado, sin hijos(as) que preserven tu nombre, el cual será pronto olvidado al paso de los años; pues preferiste cambiar la unión de dos cuerpos como consecuencia de amor mutuo, por pagar unos cuantos pesos.
Detuvo de nuevo su voz y prestó atención a lo que otra joven pareja platicaba cerca de nosotros:
– ¿Me regalas el último beso?
– Creo que es la discución mas sana que hemos tenido.
– Siempre dejaste lo mejor para el final.
– ¿Estarás bien?
– No creo que importe.
– Cuídate mucho.
– …
– Adiós.
De repente el vagón se detuvo, la joven bajó y entonces me dijo: «aquí bajamos».
– ¿Te das cuenta que esa muchacha acaba de cometer el peor error de su vida?
Me quedé en silencio, pero al parecer ella lo escuchó pues volteó extrañada hacia nosotros y desapareció, de nuevo volteó hacia mí y me dijo, no con fuerza, pero sí con firmeza, tomándome por ambos brazos:
– ¿Acaso eres tan pendejo como para vivir solo el resto de tu vida?, estoy aquí para cambiarte, para ayudarte.
– ¿Pero porqué lo haces?, yo no te he pedido ayuda, ni a tí ni a nadie.
– Eres un estúpido, estas tan ciego que no has aprendido que no es necesario esperar a que alguien te pida auxilio para apoyarlo, no lo hago esperando que me retribuyas un favor, no espero nada de tí, ni siquiera las gracias, ¿acaso es tan difícil para tí entender que para dar u ofrecer ayuda no es necesario esperar que te sea pedido?
Este mundo es tan ególatra que han olvidado el motivo por el cual están aquí y en definitiva no es hacer dinero, ni tener los mejores autos ni las mansiones mas fastuosas, tu nombre perdurará a través del tiempo en virtud de lo que hayas hecho por los demás, pero no por tí mismo, sino al lado de una pareja que te apoye en los momentos en que mengüen tus fuerzas. Entiéndelo.
Entonces dijo adiós, dio media vuelta y se retiró caminando por el otro extremo del andén alejándose de mí, entonces caí en la cuenta de que ni siquiera sabía su nombre y le grité:
– ¿Oye, cómo te llamas?
– No se si me escuchó o no, lo cierto es que no volteó y nunca lo volví a ver.
Vaya, no tampoco soy hombre de las hordas de dios, pero el relato me parece muy bueno, me gustó el detalle de la perspectiva y cómo se enlaza con las otras historias.
Creo que por ahí hay un fallo con el tiempo espacio, al final ¿sí se bajaron del vagón? porque si es así, como se perdió de nuevo en el vagón si ya estaban afuera.
No un momento, es el mesías, si puedo hacer el agua a vino, claro que puede perderse al fondo del vagón así ya se haya bajado, jajajaja
No es burla, solo un chiste.
Aplauso, excelente forma de cerrar el capitulo, con una refección muy buena.
Muy acertado el comentario de Yair, pues casi al final del relato escribo lo siguiente: «…y se retiró caminando por el otro extremo del andén…», pues en vez de decir andén, escribí «vagón», lo que evidentemente crea confusión, pues ya habían bajado del metro.
Gracias por la observación y la corrección hecha está.
Ufff, me atrapó. He leído HD-B desde el principio y creo que este relato es de los mejores, al comenzar tenía miedo de llegar al final, temiendo que no fuera ser el idóneo, pero es justamente como merece terminar una historia que tiene un gran comienzo.
No sólo es reflexivo y emotivo, en mi caso también me hace recordar momentos en los que no tengo a nadie a mi lado y sólo veo mi imagen reflejada en el espejo «celebrando» mis pequeños logros, esa otra persona es la que te hace sentir vivo y es verdad que cuando comienzas una relación no sabes que pasará en el futuro, pero nadie piensa en el final, sólo piensas que mientras dure, serás feliz y tendrás esa persona que te cobije y te llene de palabras de amor.
Gracias por esta historia…
creo que el mesias te trajo aqui mi querido cuervo, ese toque inconfundible de revirar la situación yo no ando quiza muy objetiva para pensar en dios… pero supongo que hay que tratar de revirar las situaciones, incluyendo cambiar de redil o via si algo sale mal esta vez…
vaya este capitulo de HD-B me hizo pensar en muchas cosas en especial por lo ke akabno de pasar en mi vida, pero cuervo tu historia me ha dejado impactada, pues yo he decidido star sola, pero me hice la siguiente pregunta despues de leerte: ¿realmente deseo star sola en la vida? será mi tarea para el fin de semana ^^
saludos!
bss…
Tiene un toque de emotividad, la redacción es muy buena también…aplauso.
Y sin faltar el saludo
Me hizo casi soltar la lágrima, comparto la idea con Yair de que fue una excelente forma de cerrar el capítulo.
Tendré que reflexionar con lo que hago de mi vida y mi trabajo.
Saludos Cuervo y esperamos muy pronto leerte en este blog
Increible, excelente final sin duda. No se me hubiera ocurrido uno mejor.
Aunque pienso que los momentos de soledad a veces nos ayudan a reflexionar y a conocernos a nosotros mismos no puedo evitar pensar «Pero no quiero estar solo el resto de mi vida» Una de las mayores dichas de la vida es tener alguien con quien compartir esos momentos que nos marcan.
De las mejores historias que nos ha traido Hd-B. Un abrazo y saludos!!