La, la, la, tara, ra, ra… son varias las noches que paso sin conciliar el sueño, en un principio lo achaqué a mi adicción al café, pero cuando me decidí a dejarlo, nada, mis párpados no hacían caso a la orden de que cerraran cuando la última luz había sido apagada ya; fue entonces, cuando mi cuerpo se desintoxicó y quedó libre de cafeína, que escuché ese sonido, primero como un levísimo susurro que conforme avanzaba la noche se hacía más nítido -sin llegar a ser molesto-; de inmediato supuse que era una mala broma que me jugaba la mente, pero conforme transcurrían los días, posteriormente las semanas, no pude desprenderme de esa melodía que a cuentagotas mi enfermiza mente creaba para mí, solamente para mis oídos y para mi deleite.
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