Sobre las nauseas

LETAL como por mucho tiempo fue el amor de Isabel para aquella anciana, un pasado lésbico que la atormentaba pero que a la vez daba sentido a su vida desquiciada

-quiero que cagues en mi cara

-no…pero…¿cómo?…o sea….así, ¿cagar nada mas?

-ajá, así nada mas – con una voz tan excitada, proveniente de una garganta quemada por la nicotina mientras parecía no alcanzarle la vida para dejar de frotarse en la vagina aquel dije que siempre usaba

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Recuerdos

NAVIDAD del ´52 es una fecha que aun recuerda muy bien, los detalles se han ido borrando, pero el vivido recuerdo de la extraña que en la noche metía la mano en el vomito, -aquella asquerosa inmundicia- tratando de recuperar unos libros de un autor de apellido Borgues o Borges –Jorge Luis o José Luis, el nombre es lo de menos- aún le producía algo de gracia. Pero lo que ella hizo no fue mejor, recoger de esa porquería anaranjada los cuatro aretes y los cincuenta dólares.

Muchas veces se ha preguntado por que hizo eso en vez de ayudar a la pobre señora que vomitaba sin control, o revisar al marido e hijos tumbados en el piso. Pero lo que la seguía lacerando era la mirada de odio de la extraña que tomó los libros; no entendía como alguien la podía odiar con tan solo verla.

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Noche buena

Sádica es la manera en que acaba de vomitar la señora de la esquina que no vive en la esquina propiamente y que tampoco es prostituta pero por alguna extraña razón siempre está en la esquina y nadie la mueve de ahí.

Nunca la he visto comer, beber, ni hablar: siempre está parada ahí en la esquina sin hablar con nadie y sin hacer nada memorable. Curioso es que no parece tener problemas de salud y hasta podría decirse que es bastante guapa si no fuera porque en realidad es bastante fea.

Puede considerarse pesadilla, milagro, o ambas cosas, pero el punto es que la señora de la esquina vomitó esta mañana durante tres horas consecutivas. Los vecinos siguen sin entender cómo es posible que algo así haya pasado en nuestro aburrido y monótono vecindario.

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Abre los ojos

¡Abre los ojos, perra!

Gritaba mientras sostenía el cuchillo en la mano derecha.

¡Te digo que abras los ojos!

Gritaba mientras me tomaba del cabello con la mano izquierda.

¡Con una chingada! abres los pinches ojos o qué chingados, ¿eh?

Me decía mientras pasaba el filo del cuchillo por el borde de mi cuello.

¿Vas a abrir los ojos, o qué?

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