Literalmente hablando la hormiga murió. Nubia estaba medio desnuda, el pelo lo tenía enmarañado, con una mano acariciaba su pubis por debajo de sus húmedas bragas de algodón y con la otra frotaba frenéticamente a la hormiga alrededor de las obscuras aureolas de sus pechos caídos, la hormiga ya había muerto decapitada en una de las tantas veces que ella la apretaba contra sus duros y prominentes pezones, pero eso no impedía que ella imaginara que se estaba cogiendo a la hormiga.
Ella seguía proporcionándose placer manipulando hábilmente su clítoris cuando abrupta y sorpresivamente entró en la habitación el amante en turno de Nubia. El vestía un viejo pantalón de mezclilla roído de la rodilla, unos sucios tenis Converse y una camisa verde chillante tipo Polo, estaba lleno de hollín y sudor; la escena le alteró y excitó a la vez, no obstante el le gritó: Continuar leyendo «Los dedos de Nubia»