Inseparables

Donatelo contemplaba desde la azotea el mar de tejados, postes, antenas, árboles y cables que se extendía alrededor de él en todas direcciones. Doce pisos más abajo corría el torrente bullicioso de coches y peatones. En la azotea de un edificio cercano una mujer colgaba  ropa en los tendederos. Algunas ventanas del condominio de enfrente tenían abiertas las cortinas, revelando parte del interior de las habitaciones.

Por un momento, Donatelo tuvo la esperanza de que se presentara la oportunidad de espiar a alguna vecina saliendo de la regadera, pero no tuvo tal suerte. En cambio, su mirada se cruzó con la de una anciana asomada a una de las ventanas. La mujer hizo una mueca y cerró bruscamente la cortina. Donatelo abandonó la inspección del edificio y siguió contemplando el panorama. Continuar leyendo «Inseparables»

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En la plaza de Santo Domingo

La puerta de la carreta se abre, una mano arranca el saco que me cubre la cabeza y dos hombres encapuchados me sujetan por los brazos, arrastrándome hacia afuera. La luz de la plaza es cegadora. Mis ojos, acostumbrados a largos días en la sombra, se sienten como si estuvieran en llamas. Al principio no puedo ver nada, pero el clamor y el bullicio me hacen saber que hay una nutrida muchedumbre reunida. Continuar leyendo «En la plaza de Santo Domingo»

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Mi madre

«Hora de maleficios. Cuando las tumbas se abren y hiede el infierno.»
William Shakespeare.

Polvo.

Dicen que somos polvo.

Y en polvo nos hemos de convertir.

Mi madre lo repetía continuamente durante las noches que había luna llena. Tomaba mi mano y me guiaba hasta la iglesia del pueblo. Me obligaba a hincarme y mientras mi rostro veía fijamente a un Hombre crucificado, mi madre tomaba un alfiler y pinchaba mi espalda una y otra vez hasta que de entre mis vértebras fluía un líquido vital que era cuidadosamente recabado por las manos de mi progenitora. Continuar leyendo «Mi madre»

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Cuento muertos

Camino. Llevo un rato caminando, al menos así me lo parece a mí, un largo rato. El camino es sinuoso, gira ora a la derecha, ora a la izquierda. Ya no me pregunto a dónde voy, hace rato dejé de preguntármelo. Algo me atrae y me impulsa a continuar el camino, es un olor, dulce, suave como a flores; veo también luces reflejadas en un humo denso, todo está allá, muy, muy lejos. Por eso camino.

Es de noche, no hay estrellas, no hay luna, no hay nubes. Sólo hay obscuridad alrededor, y, sin embargo, el verde de los cerros, las cañadas o los valles brilla, es hermoso, todo tapizado con flores amarillas, cada que veo esas flores se me olvida preguntarme una vez más a dónde voy.  Hace frío, es una brisa fresca que sopla y corretea entre las flores, ondula los altos setos, mueve las hojitas de los árboles. Lo puedo ver, todo el paisaje ante mis ojos pero la mismo tiempo percibo que las hojas se mueven. No entiendo bien cómo puede ser esto. Continuar leyendo «Cuento muertos»

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Tertulia en el callejón

Cuenta la leyenda, que en aquellas épocas de la colonia, un joven usurero estafador y criminal, encontró la muerte en un callejón que desemboca en la av. Río Mixcoac. La gente, al no querer saber quién ni por qué lo había asesinado, dijeron que era cosa del Diablo, pues estaba terriblemente desfigurado y mutilado.

El Diablo solía esperarme cada noche de noviembre en el mismo lugar, con un libro diferente a discutir. Un mes con el Diablo. Continuar leyendo «Tertulia en el callejón»

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