Pieces of me

Escrito por Mona

¡Después de todo es una mascota adorable! Con aspecto desaliñado, peludo, con una panza enorme, despeinado, con una fría pero linda y pequeña nariz rosada, juguetón, fiel, todo, todo lindo!

Había pasado conmigo los últimos 6 años de mi vida, aun lo recuerdo con su pequeño paliacate rojo enredado en su cuello. Odiaba que me lamiera algunas veces, acababa con sus babas embarradas por toda mi cara, pero a la vez sabía que era su forma de demostrarme que me quería. Siempre de buen humor, siempre feliz de verme, me quería tal como soy, incondicionalmente o quizá pensándolo bien, si había una condición; que le rascara la panza y le diera recíprocamente muestras de cariño.

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Un sueño eterno

Salía de ese lugar, ¿una iglesia quizá?, antes de ser vomitada a la calle se detuvo para observar el cielo, un marco agrietado, una decoración demasiado cargada, y esas puertas de madera enormes con vírgenes de miradas castigantes, un viento frío recorrió su espalda y recordó que estaba desnuda, tan solo una sábana la cubría pero no la protegía de esa sensación avergonzante de encontrarse sin ropa.

Tenía que regresar a casa, evitar que la gente la viera así, desconocía que tan lejos estaba su hogar pero seguía avanzando, de manera que iba avanzando, la cantidad de gente que la seguía para verla se volvía estúpidamente mayor, algunos tomaban fotos con sus celulares, otros reían o intentaban tirar de lo poco que la cubría.

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Coincidencias al soñar acompañado

Se habían conocido en un vagón de tren hacía ya 2 meses, tan solo habían cruzado miradas ahí; Luciano le cedió el paso al salir, él siguió caminado tras de ella, parecia como si la fuera siguiendo, a los 5 minutos de caminar a Diana se le hizo raro que el joven de largas rastas y vestimenta deslavada siguiera en su misma dirección y comenzó a sospechar un robo. Decidió entrar a una cafetería y verlo seguir de largo, en realidad no le veía nada de peligroso, pero prefirió desconfiar. Más segura después, siguió con su camino y llegó a su nuevo salón de clases, lo vio ahí sentado, esta vez ambos sonrieron y Diana tomó el asiento a un lado de él.

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El sabor de su sangre

Tomaba el té a las 3 de la tarde, me encontraba sola en casa, dejando pasar el tiempo para prepararme para salir, cada sábado mataba el tiempo en esa plaza, sentada en la misma banca y esperando a la misma persona, pasaron un par de horas antes de levantarme de la mesa, el sol entraba por la ventana y empezaba a oscurecer. Me dirigí a la recámara, acomodé cuidadosamente sobre la cama la ropa que iba a ponerme, la observé por un momento deliberando si era la mejor opción, luego me deshice de mi ropa y entré a la regadera. El agua hirviendo me quemaba la piel, disfrutaba esa sensación, cualquier otro día podría haber pasado horas bajo el chorro de agua dejando quemarme la piel, hasta dejarla roja y casi insensible, tan solo los sábados terminaba con este ritual más pronto de lo deseado pues tenía otros rituales con los cuales cumplir.

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La luz no encendió (Lorena)

Si la luz hubiera encendido Nubia hubiera sido capaz de darse cuenta de que Isabel se encontraba ahí, parada junto a ella, observándola hablarle a la nada, acariciando y llorándole al viento y, sobre todo, repitiendo una y otra vez la misma frase como si esto formara una conversación con la oscuridad en la que esta vez ambas se encontraban.

– ¡Abre los ojos, perra!, ¡Abre los ojos, perra!, ¡Abre los ojos, perra!, ¡Abre los ojos…

Esto fue lo que impidió que Isabel la matara, mientras sostenía su nuevo cuchillo (el número 50 en su colección), el cual se disponía a estrenar en ella. Un hermoso bisturí que había robado la primera vez que había llegado al hospital a visitarla ¿Cómo no se me había ocurrido conseguirme uno de estos antes?, es muy bonito.

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