Era la tercera ocasión que nos encontrábamos sobre aquel camión. Yo andaba distraído y subí con el dinero que escurría de mis dedos. Entre el portafolio, la mano ocupada con las monedas y el avance brusco, observé que no quedaban lugares salvo el contiguo al chofer y lo tomé; luego revisé a derecha que la ruta fuera la correcta ante el miedo de errar y desperdiciar dinero exacto que tenía para llegar a los juzgados.
Aun si hubiera sabido que nos encontraríamos, tenía que tomar esa ruta y a esa hora. Había desahogo de pruebas y el testigo fue ofrecido por parte nuestra. Del despacho crecía la confianza ante mi trabajo y no podía llegar tarde a la probanza, se trataba de un proceso difícil. Si todo salía bien, al final de semana arreglaría la escasez de ruido en mis bolsillos. Mientras repasaba mi primerizo interrogatorio respecto a las preguntas que serían admitidas, su voz, áspera, me vino al saludo y al recuerdo: Continuar leyendo «Camino al Tribunal»